Diccionario de Galera Fotos Antiguas
Otros de los productos que se criaba era la remolacha, que aquí era donde
más grados tenía, porque la tierra reunía las cualidades y
este producto se criaba con mucha calidad. Se sembraba por
el mes de marzo. Siempre era en tierra de regadío y todas
las faenas que se le hacían eran muy penosas, pero sobre
todo cuando se arrancaba, que era por el mes de diciembre,
la lluvia y aún más el hielo que lo congelaba todo, lo
hacía mucho más duro, y allí colaboraba todo el mundo. Los
hombres la iban sacando de la tierra, con unos ganchos y
los que podíamos menos, le quitábamos las hojas con una
hoz, le decían “escoronar” y la íbamos haciendo montones.
Después se iba entregando en la báscula, donde la
concentraban toda la del pueblo y con camiones se la
llevaban a Caniles, que estaba la azucarera. También había
otra en Benalúa. Para cargar los camiones siempre había
gente dispuesta, de esta forma se ganaban algún dinero
cada uno, para sus gastos. A cada propietario que había
entregao remolacha, le anticipaban un saco de azúcar, que
por esas fechas era cuando se hacían los rosquillos para
la Pascua, que eran tiempos que se vivía con mucha ilusión
y había un refrán que decía “de la Pascua a San Antón,
fiestas son”.
Todo el pueblo te invitaba a lo poco que tenía, pero lo
hacía con una gran voluntad. Todos hacían una bebida muy
típica llamada mistela. También se hacía cuerva, que en
otros lugares es conocida como sangría y los dulces, y ya
por esas fechas ya todos habían hecho la matanza con el
cerdo.
Había muchas viñas y el vino se pisaba en las bodegas del pueblo y
por su situación geográfica todas las ventanas dan al norte y
mantienen una temperatura inferior y el proceso de la fermentación
era más largo y el vino salía con más calidad. Era muy nombrado en
toda la zona. Yo siempre estaba en el medio, veía que la gente se
emborrachaba mucho, cantaban y decían muchas tonterías, y a otro día
todos estaban trabajando como si no les hubiera afectado la
borrachera para nada.
Había un vecino que cuando se chispaba, sacaba el burro de la
cuadra y decía que tenía que entrar de culo y no se le podían hacer
las contras. La mujer le seguía la corriente e incluso le ayudaba,
de lo contrario se ponía echo una fiera y a otro día no era nadie,
ni se acordaba de nada. Había otro que cuando llegaba en la misma
situación, levantaba a la mujer y a los hijos y los ponía a hacer
instrucción. Ellos se comportaban muy sumisos con tal de no dar
escándalo en el barrio, pero no les hacía ninguna gracia.
Los zagales, todos tenían una alcancía y cada perra que te
daban o te la ibas ganando, la ibas echando en ella, para cuando
llegaran las fiestas o para alguna cosa que te querías comprar. Al
día la mirabas un montón de veces y la cambiabas de sitio y aquello
te hacía mucha ilusión.
CAPÍTULO 12º El agua potable Arriba
Por ese tiempo se puso el agua potable en el pueblo. La trajeron
de la Alquería a unos cuatro Km. de distancia, de unas fuentes que
les dicen “balsicas”, al permitir el nivel que el depósito quedara a
una altura bastante alta del pueblo.
El
proyecto era de mucha envergadura, tenían que atravesar haciendo
minar muchos cerros, pero aquello creó mucho trabajo para la gente y
una de las cosas que más nos sorprendía es que empezaban ha hacer la
mina por las dos puntas y coincidían en el centro. La verdad es que
era una obra de ingeniería pero a nosotros nos sorprendía mucho
aquello.
Las minas las hacían de dos metros de alto y un metro de ancho
aproximadamente. Después ponían un tubo de unos veinte centímetros
de diámetro sobre unos tantos que subían unos veinte centímetros del
suelo. el tubo quedaba pegado a un lado de la mina y el resto era
paso, al salir de la mina a lo que hacia barranco hasta la
otra boca hacían un sifón haciendo unas arqueta en cada entrada o
salida de las minas. Los zagales pasábamos todos los días de una
punta a otra porque aquello nos impresionaba mucho.
Los obreros se alumbraban con carburos y nosotros íbamos buscando los restos de carburo que tiraban y los prendíamos puniendo una lata haciendo saltar la lata por los aires.
Al final de la ultima mina hicieron dos depósitos también debajo de la tierra, de una capacidad de unos doscientos metros cúbicos, cada uno y antes de llenar los depósitos trajeron el agua hasta la misma entrada seria para probar si el agua llegaba bien hasta allí y la echaban por la alcantarilla de la carretera a una cañá que tiene unos bancales y el dueño los regaba con esta agua y todo el pueblo subía allí con cantaros y sen llevaban agua antes todos teníamos que ir al rió.
Casi toda la conversaciones eran relacionadas con la llegada del
agua al pueblo, creo que era un gran paso.
A partir de allí se empezó la red de distribución en el pueblo y
pusieron varios caños públicos en distintos puntos, y quizás fuera
el punto más concurrió, a veces tenías que hacer cola para poder
llenar el cacharro que llevabas, pero yo veía que sobre todo las
mujeres después de haber llenado el agua, se estaban un buen rato
cascando con las otras, se lo pasaban bien.
También las que eran mocicas y ya había algún zagal que las había mirado dos veces al ir al caño a por agua, pues intentaban coincidir allí para ir tirándole los tejos y ver si eras de su agrado.
Poco después se fue distribuyendo por el pueblo, primero lo que era el casco viejo y más tarde iba subiendo a los barrios, pero solo a los más cercanos. Después se unían algunos vecinos y entre ellos y por su cuenta la llevaban hasta su casa. Al principio les parecía increíble la comodidad que les suponía no tener que ir a buscarla tan lejos.
Otra cosa que a la gente sobre todo a los muchachos
les impresionaba era hacer la mili. En las casas cuando se acercaba
el tiempo de incorporarse a filas en las casa se vivía muy pendiente
del mozo que se tenía que ir. Bueno, ya desde un año antes que lo
medían en el ayuntamiento y ese día era una fiesta para ellos,
salían pidiendo por el pueblo y por los mercados y con todo lo que
juntaban se lo llevaban a una cueva y lo guisaban pero casi lo
primero que hacían era chisparse y aquello duraba dos o tres días.
Cuando midieron a mi hermano yo estaba allí con ellos y entre
cuatro o cinco se les ocurrió de ir a volcarle la chimenea a una
mujer mayor que vivía allí cerca y no se lo pensaron dos veces,
cuando la mujer se levantó por la mañana y vió la chimenea en el
suelo, pues a parte del cabreo que pilló se fue derecha al cuartel.
Enseguida los civiles a buscar a los quintos y no salía en claro los
que habían sido y tuvieron que ir todos a hacerle la chimenea. Como
todavía no se le había ido la borrachera salió la obra como para
tirarla otra vez y como la mujer no estaba conforme tuvieron que
buscar un albañil y pagarle entre todos.
CAPÍTULO 13º Los quintos Arriba
Al ser gente tan joven y
con ganas de juerga se juntaban en una cueva y se comían y se bebían
todo lo que llevaban y pensaban todo lo inimaginable. Fueron y le
compraron a un gitano un pollino que tenía y allí se lo comieron.
Cuando ya se emborrachaban empezaban a hacer apuestas. Unas eran
normales, como echarse
el pulso y probarse las fuerzas de todas las maneras, pero hacían
barbaridades como coger un cántaro y roerle toda la boca dos o tres
centímetros, comerse el tabaco y dar voces y cantar hasta quedarse
afónicos hasta dos o tres días.
Con anterioridad aparte del preparativo que tenían, habían comprado un pollino que ellos mismos mataban y lo preparaban en distintos guisos y se lo comían, y el hecho de ser quintos los unía mucho.
Cuando llegaba el día de irse, se juntaban todos en la plaza y entre ellos y la gente que acudía a despedirles se formaba un genterío. Después llegaba el camión del tío Pedro el de las ollas y uno a uno con su poso de equipaje se iban subiendo al camión y los llevaba hasta Guadix, donde estaba la caja de reclutas y desde allí se los llevaban a los distintos acuartelamientos que los destinaban.
A los siete u ocho días en las casas recibían la
primera carta con foto incluida vestidos de soldados y las madres no
sabían donde ponerla, pero una de las cosas que más les consolaba
era saber si le daban bien de comer.
Cuando venían de permiso traían unos cuadros con muchas cintas de
todos los colores, pero sobre todo una muñeca vestida de soldado con
una trompeta que tocaba el quinto levanta y todas las conversaciones
y comentarios eran relacionados con la mili.
Normalmente en los alrededores de los cuarteles había bastante
prostitución y algunos
que era la primera vez que se estrenaban, pues tenían mala suerte de
coger algunas de las enfermedades que por ese tiempo existían, por
ejemplo purgaciones, ladillas, etc... era mayormente por falta
de higiene que allí había. También se traían ropa que luego usaban
aquí, sobre todo gorras. Al licenciarse ya se entendía que eran
hombres hechos y derechos, incluso la mayoría empezaban a fumar
delante de su padre, cosa que antes no hacían, y a echarse novia con
más libertad.
CAPÍTULO 14º Loa gitanos Arriba
En el pueblo había bastantes gitanos que trabajaban cuando les
avisaban pero lo que a ellos más les gustaba eran los tratos de
bestias, lo pasaban bastante mal, pero ellos siempre estaban
cantando y bailando y más cuando llegaba la pascua o alguna
celebración como boda o bautizo.
Cuando iban al campo, si tenían algún burro, siempre iba el gitano montado y la gitana detrás andando y si el gitano entraba en algún bar., la gitana se quedaba siempre en la puerta.
Ellas hacían en su cueva canastas y cestos con cañas y varillas de mimbreras y las vendían o las cambiaban por cosas de comer.
Siempre les temían mucho a los civiles porque los
maltrataban mucho y cualquier cosa que robaban en el pueblo, les
echaban la culpa a ellos.
Cuando se enteraban que a alguien se les había muerto un cerdo o
cualquier animal, iban donde lo habían enterrado, lo desenterraban y
se lo llevaban para comérselo. Para todos estaba todo difícil, pero
para ellos todavía peor.
Había un gitano que le decían “la osa” que iba muy bien vestido y
con muchas alhajas y los zagales nos acercábamos a él y siempre nos
daba algo, decía que había estado en la División Azul, en la segunda
guerra mundial y que recibía una paga ya que se le veía que tenía
dinero. Al poco tiempo se fue y ya no supimos de él.
CAPÍTULO 15º El cristo y los Toros Arriba
En una fiesta del Cristo, que para todos era lo máximo y la
estábamos esperando todo el año, hicieron toros, pero como la
economía no permitía hacer nada del todo bien, pues improvisaron la
plaza con palos y no muy bien amarrados y buscaron una vaca que
envestía, de un hombre que le decían el “tío cabrera”, que la dejó
por buenos empeños, pero este hombre no muy convenció del todo. La
vaca la tuvieron en una especie de chiquero junto a la plaza que
estaban haciendo. Le echaban comida y agua y el dueño no paraba de
ir a ver que trato le estaban dando y por allí desfilaba todo el
pueblo y todo era tirarle piedras y tratar de resabiar al animal.
Cuando llegó la hora de la corrida y todo estaba a punto, abrieron
el chiquero y salió a la plaza y el animal del vocerío de la gente y
el haber estado tanto tiempo allí encerrado, salió asustado y el
primer salto que dio, se saltó los palos y corría a todo lo que daba
de sí por todo el pueblo. La gente huía y otra iba detrás para ver
si la podían pillar y a todo eso con mucho pánico, ya que por donde
iba hacía paso. Después de correr todo el pueblo se fue hacia el río
y al cruzar había un remanso y la vaca se quedó zanjada en el cieno.
Luego vino la briega para sacarla. La gente tiraba con cuerdas hasta
que consiguieron arrastrarla a la orilla y el animal tumbado
totalmente abatido y el dueño no paraba de decir “esto lo sabía yo”
y ya nadie se hacía responsable de toda esta tragedia.
Al año siguiente hicieron otra plaza mejor y trajeron cuatro
novillos muy espeluznaos y secos, pero las autoridades no concedían
el permiso temiendo que pasara lo mismo que el año anterior y al
final les tuvieron que dar puntilla y este hombre que organizó estos
festejos no le quedó más remedio que abandonar, porque el hombre más
que otra cosa, lo que tenía era mucha fe puesta en estos actos.
CAPÍTULO 16º Champiñones Arriba
Por ese tiempo vinieron unos hombres que le proponían a la gente que tenían varias cuevas, que por desgracia se habían quedado vacías, ya que sus habitantes habían encontrado trabajo allí donde habían emigrado, que se las alquilaran para sembrar champiñón.
Aquello llevaba un proceso largo. Lo primero que se hacía era desinfectar la cueva, después compraban basura, que por lo que decían la mejor era la de las bestias. La iban juntando en cualquier escampao y cuando tenían la cantidad suficiente la iban hacinando en un montón que tenía forma rectangular y una altura de un metro y medio y a medida que la iban amontonando le echaban agua para que fermentara y unos días después le daban vuelta para que pudiera la que antes había quedado en la superficie y al cabo de unos quince días la trasladaban hasta la cueva y la iban poniendo en forma de caballones. Después introducían unas semillas que ya le habían proporcionado estos hombres que vinieron y le propusieron la siembra. La semilla echaba muy mala olor. Quince días más tarde empezaba a brotar lo que ya era el champiñón.
Aquello para el pueblo fue todo un descubrimiento y
palió un poco la economía del pueblo ya que estaba atravesando por
mal momento. Ya con anterioridad había caído la industria del
cáñamo.
Aquello fue una novedad y el champiñón nos lo comíamos de todas
las maneras, frito, asado, cocido... en los bares te lo ponían en
bocadillos. Hubo tres o cuatro años que aquello fue muy bien. Mas
tarde fue produciendo cada vez menos y la gente ya no se defendían
criando aquello y después sólo quedó la cueva maloliente y las
paredes manchadas y un exquisito lugar para que las pulgas se
adueñaran de la cueva.
CAPÍTULO 17º El fútbol Arriba
También había mucha afición al fútbol. Venían a jugar de todos los
pueblos de alrededor, no es que fuera liga, si no que se desafiaban
y quedaban para jugar los domingos pero con quien más rivalidad
existía era con Huéscar.
Bajaban en un camión o con bicicletas o incluso andando y ya
en la entrada del pueblo estaban todos los zagales preparados con
palos y piedras para atemorizarlos y diciéndoles de todo menos
bonicos.
Ya cuando empezaba el partido todo se calmaba un poco, pero
en cuanto había una jugada rara o que no nos interesara ya estaba el
follón liao, pero lo peor ya era cuando llegaba un gol, si era por
parte nuestra era todo alegría aunque el acoso seguía maltratándolos
pero si por el contrario el gol nos lo metían a nosotros ya era muy
difícil que el partido continuara, la gente invadía el campo. El
árbitro n tenía ninguna autoridad y en muchas ocasiones se llegaba a
las manos.
En el equipo jugaba gente más mayor. Había algunos que
jugaban bastante bien, pero la
mayoría era a lo tonto. En la defensa jugaba “José el Colorao” y por
allí no se colaba nadie. Cuando venía el balón, cogía correntilla e
iba para él y le pegaba tan fuerte que cruzaba el campo y salía por
detrás del portero contrario al mismo tiempo que el alpargate salía
disparado para el cielo.
En ese tiempo todos queríamos ser Ramallet o paco Gento, pero
con una pelota hecha
de trapos con unos cordeles rodeados que a los cinco minutos ya
estaban por un lado y los trapos por otro, cómo se podía soñar
llegar tan lejos.
Bonifacio Sola Martínez (1952)
En esta obra, Bonifacio Sola nos traslada a todos los que nacimos en esa tierra, a nuestra infancia, con sencillez sinceridad se recrea, en sus vivencias y se rodea de todos aquellos personajes tan entrañables y variopintos que perduran en su recuerdo.
El portacho, ese barrio tan entrañable, sobre todo para los que nacimos allí, pero no solo incluye personajes de el sino que traslada sus relatos a todo el conjunto de barrios, no dejando en el olvido sus correrías, penurias y anécdotas que representan los tiempos que le toco vivir, hambre, miseria, ignorancia, injusticia. Siendo una obra autobiográfica, son las vivencias de muchos galerinos que les toco vivir en esos años de desesperanza en que no había tiempo para diversiones gratuitas, el trabajo era lo mas importante, todo lo demás era pura anécdota.
De Bonifacio se podría decir que es un escritor autóctono que rescata todo aquellas costumbres, personajes, apodos, lugares, utensilios, en unas palabras defino su estilo, como narrativa rural, como hemos dicho, antes por su sencillez y veracidad, fuera de esa escritura técnica que mucha gente no entiende, la literatura es también humilde, debe de llegar a todos. Arriba
José Antonio Blázquez Romera. 04-11-2005